La agricultura de Europa se caracteriza por ser una empresa de carácter familiar con explotaciones de tamaño medio y altamente capitalizadas. La diversidad ecológica en Europa, y la especialización regional productiva, ha permitido la producción de multitud de cultivos, que se han integrado perfectamente en la dieta europea y de todos los países desarrollados.
El alto nivel de vida de los europeos hace aparecer la agricultura a tiempo parcial: pequeñas explotaciones altamente productivas que generan rentas complementarias a personas que tienen su actividad principal en otro sector. Son explotaciones que consiguen pocos productos pero de alto valor añadido. Estas explotaciones se mantienen, también, para el consumo familiar.
La agricultura europea proporciona rentas a muy pocas familias, pues apenas se dedica a ella el 8% de la población activa. En Europa podemos distinguir tres paisajes agrícolas típicos: el nórdico, de carácter seminómada y ganadero; el centroeuropeo, con un marcado contraste entre campos cerrados y abiertos, en él encontramos el policultivo capitalista de mercado y el predominio del regadío (este modelo se remonta a la Edad Media); y el mediterráneo, en el que también existe un marcado contraste entre campos abiertos y cerrados, pero con un claro predominio de los abiertos en las regiones de secano y de los cerrados en las regiones de montaña. Este modelo también tiene un origen medieval, en el que encontramos influencias árabes, sobre todo en las técnicas de regadío, como el uso de la noria. El paisaje mediterráneo se caracteriza por la trilogía productiva de trigo, vid y olivo, pero también es primordial el policultivo hortícola, de gran variedad, en el que predominan los cítricos.
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